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Poca gente sabrá el significado de estas siglas. La ICSI es la inyección intracitoplasmática de espermatozoides. Se trata de una técnica que en 1991 supuso un antes y un después en reproducción asistida. En combinación con la Fecundación in Vitro, casi acaba con la infertilidad masculina.

El padre del procedimiento es el Dr Paul Devroey, quien explica: «Desde el principio de mi carrera seguí muy de cerca los avances en infertilidad masculina, ya que me formé como ginecólogo y andrólogo, estaba interesado en las dos partes del proceso. Hay hombres cuyos espermatozoides no tienen motilidad suficiente y otros que no son capaces de eyacular, los tienen, pero dentro del testículo».

La primera técnica que se desarrolló fue la inseminación subzonal (SUZI), que consistía en la inyección de unos pocos espermatozoides en una zona del óvulo conocida como espacio perivitelino, pero no tuvo demasiado éxito. En 1989, Devroey descubrió el papel que podría tener la pipeta. «Pasamos de trabajar con el esperma como un todo, a pensar sólo en gametos individuales», recuerda. «Fue muy importante darnos cuenta de que nos bastaba con unos pocos espermatozoides para lograr la fecundación».

Eso es la ICSI: una selección de los espermatozoides más valiosos y su inserción individual, a través de la pipeta, en el ovocito. «Es algo que pasa a menudo en ciencia; de un día para otro, todo cambia. De repente, las posibilidades de que un hombre no pudiera ser padre con su propio esperma se redujeron virtualmente a cero», recuerda Devroey.

Al principio estaban preocupados por la salud de los niños, por eso esperaron a publicar hasta que nacieron bien, aunque antes ya habían hecho diagnóstico prenatal a los fetos. Y finalmente, en 1992 ‘The Lancet’ recogió el hito: nacimiento de cuatro niños (en tres embarazos) procedentes de un esperma que, hasta la fecha, se habría considerado incapaz de fecundar un óvulo.

Pero aunque la ICSI acababa con la mayoría de los casos de infertilidad masculina, aún quedaban por resolver los de aquellos varones que no podían eyacular, ni siquiera ofrecer una mínima muestra de semen del que extraer algún gameto válido.

Lo que Devroey hizo fue combinar la extracción testicular de esperma con la ICSI. «Esto fue más complicado y recuerdo muy bien a los primeros pacientes. Eran un matrimonio latinoamericano. El hombre había sido operado de una hernia en su infancia y se le habían dañado los conductos de los testículos al pene. Habían intentado seis veces la inseminación artificial con semen de donante en EEUU, sin éxito y cuando vino a mi consulta le dije ‘tienes unos testículos preciosos, vamos a intentar abrirlos a ver qué hay'», bromea el especialista.

«Cuando observamos la muestra extraída en el microscopio, vimos que los espermatozoides se movían. Fue la revolución. A partir de ahí se ha conseguido incluso que hombres a los que se ha practicado una vasectomía puedan volver a ser padres», subraya.

Aunque en los más de 20 años que han transcurrido desde el desarrollo de la ICSI, ésta se ha convertido en una de las técnicas de reproducción asistida más utilizadas, Devroey comenta que «hay que ser prudente y no prescribirla si el esperma es normal».

El ginecólogo belga no elude ningún tema por polémico que sea y responde abiertamente al estudio publicado en mayo en ‘The New England Journal of Medicine’, que achacaba a su técnica una mayor tasa de defectos congénitos en los niños nacidos por reproducción asistida. «Yo soy muy educado, pero tengo mis dudas sobre esas cifras; además, no tiene sentido que los resultados fueran sólo en embriones frescos y no se replicaran en los congelados. Creo que, de haber un problema, estaría en el esperma y no en la técnica», concluye.