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Tras el nacimiento de la británica Louise Brown (1978), la primera niña nacida mediante técnicas de reproducción asistida, se estima que ya son más de tres millones y medio, los niños nacidos gracias a las técnicas de reproducción artificial. Sólo en España, cada año se practican más de 30.000 ciclos de fecundación in vitro.

A lo largo de estos años ha habido grandes avances en el campo de la reproducción asistida. Un gran ejemplo de ello, son las mejoras alcanzadas en las tasas de éxito en los tratamientos de fecundación in vitro (FIV). Las probabilidades de quedarse embarazada han pasado del 15-20% en el año 1984, al 60% en los casos de mejor pronóstico (progenitores jóvenes, con pocos ciclos, con óvulos y espermatozoides de calidad).

También ha habido mejoras en cuestiones relacionadas con las gestaciones múltiples, especialmente a lo que se refiere a los partos de trillizos. Según la Sociedad Española de la Fertilidad (SEF) en 2000, un 4% de los nacimientos tras una FIV eran de tres bebés, mientras que en 2006 el porcentaje bajó hasta el 1’7%.

Sin embargo, la cifra de embarazos múltiples en España sigue cercana al 30%, una tasa que los expertos cifran de demasiada alta. Evitar los partos múltiples sigue siendo el principal reto al que se enfrenta la técnica de la reproducción asistida. No existe ningún método no invasivo (sin riesgo para el embrión) que determine con certeza cuáles implantarán tras ser transferidos al útero de su madre, o incluso que permita, con criterios objetivos, clasificarlos en función de su calidad.

Cabe destacar, que la FIV consiste en fecundar los óvulos fuera del útero. Cuantos más óvulos se obtengan por ciclo, más se podrán fecundar y más embriones habrá para elegir y trasladar a la madre. Lo ideal sería transferir sólo uno, pero hoy día es imposible contar con un método que, sin dañar al embrión, permitiera clasificarlos en función de su capacidad de implantación a partir de criterios objetivos.

A falta de procedimientos fiables, lo habitual es seleccionar varios embriones para implantarlos al útero, cosa que hace más probable que al menos uno se desarrolle hasta el final. La ley española fija un máximo de tres embriones, aunque la tendencia es transferir dos e incluso uno si hay buen pronóstico.

Reto: Implantar un sólo embrión para acabar con los embarazos múltiples

Según datos de la SEF, en el año 2006 en el 64% de los casos de FIV se implantaron dos embriones por ciclo, pero ¿cómo saber qué embriones son los mejores? Los especialistas se guían principalmente por cuatro parámetros, todos relacionados con el aspecto externo del embrión bajo el microscopio. Unos criterios morfológicos que, en el fondo, en algunos casos no dejan de ser intuitivos y subjetivos.

Esta selección, basada en la morfología, es el procedimiento que se utiliza en el 80% de los casos, cuando no hay factores de riesgo. En el 20% restante, el estudio de viabilidad embrionaria se lleva a cabo mediante procedimientos invasivos, lo que también presenta inconvenientes.

Por todos estos inconvenientes, los esfuerzos se dirigen hacia poder determinar la salud y la capacidad de implantación de los embriones sin llegar a tocarlos. Existen otros caminos que tratan de diagnosticar la calidad de los embriones de formas no invasivas. Uno de ellos es la proteómica, que consiste en llegar a las mismas conclusiones a partir de estudiar en el caldo de cultivo las enzimas del embrión, lo que da indicios de sus características genéticas. También ha habido acercamientos mediante el análisis del consumo de oxigeno embrionario.

Un grupo de investigadores del Intelligent System Groups, de la Universidad del País Vasco, ha diseñado un método, a través de un sistema de probabilidades, en el que a partir de determinados datos clínicos de la pareja (edad y la calidad de su esperma) y de características morfológicas del cigoto, arroja como resultado una cifra de probabilidad de implantación. Pero hasta a día de hoy, ninguno de ellos ha ofrecido resultados que resulten satisfactorios para las clínicas de fertilidad.